No hay en la India otro monumento comparable a las cuevas de Ayanta, excepto quizás, el Taj Mahal, aunque superado por el carácter sagrado de las mismas.
Se encuentran en una profunda garganta de la meseta de Maharashtra que en medio del verde, deja en descubierto su entraña de negro basalto que aparece horadada por cuevas de elaborados portales, que recuerdan de inmediato a Petra.
Comenzaron a ser excavadas en el siglo II antes de Cristo y la última data del siglo VII de nuestra era. Fueron los monjes budistas y desconocidos maestros canteros quienes por largos años cincelaron el basalto, tratando de imitar las bellas formas de los templos de la época. En su interior, ignotos artistas plasmaron en las paredes unos extraordinarios murales que, aún hoy, asombran por su calidad y colorido.
Durante nueve siglos fueron usadas como monasterios (vihara) o santuarios (chaitya griha), hasta que, en plena Edad Media y sin que nadie sepa a ciencia cierta por qué, fueron abruptamente abandonadas, cayendo en el olvido, pero probablemente se deba a la presencia de los abundantes tigres que poblaban la región.
Descubiertas casualmente en 1819 por un grupo de oficiales británicos, estas treinta y cinco cuevas se distinguen de otras por las refinadas pinturas que cubren sus paredes.
Las cuevas de Ayanta son Patrimonio de la Humanidad y una visita obligada al testimonio vivo de los primeros siglos del budismo.
Vía: Globedia
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